El riesgo es la piedra angular sobre la que descansa una adecuada gestión de las decisiones de inversión. En la medida que las fluctuaciones de los precios de los activos financieros dependen de las estimaciones que hacen del futuro, y como es imposible tener la certeza de lo que va a suceder, el riesgo emerge como elemento esencial a la hora de invertir. Por lo tanto, comprender el riesgo, y reconocer cuando es demasiado elevado, nos ayudará a minimizar la probabilidad de cometer graves errores en las decisiones de inversión.
En la Real Academia Española definen riesgo (del ant. riesco “risco”, por el peligro que suponen) como contingencia o proximidad de un daño. Sin embargo, esta percepción de peligro queda reducido al concepto volatilidad (variación, desviación) cuando estudiamos el concepto de riesgo en la teoría financiera. Esta representación académica del riesgo facilita mucho los trabajos de investigación, reduciendo un concepto abstracto como es el riesgo a un número concreto (volatilidad) que se puede calcular en base a series de datos históricas y se puede extrapolar al futuro. Y si además trabajas con la hipótesis de una distribución normal en las rentabilidades de los activos financieros, hipótesis de racionalidad plena de los inversores y movimientos aleatorios de las cotizaciones, las vías en el campo de investigación cuantitativa se multiplican y, sobre todo, facilitan muchísimo el trabajo.
Todo este cuerpo teórico es el responsable de la aparición de términos como beta, desviación estándar y volatilidad cuando buscas definiciones de riesgo en activos financieros. Esta identificación de riesgo con variables estadísticas hace que también dependamos de la estadística para su gestión. Así, sería la descorrelación la principal palanca que tendríamos para gestionar el riesgo de una cartera de inversión.
Pero más importante que los términos académicos, útiles para hipótesis e investigaciones, son las definiciones que afectan realmente al inversor. Y cuando hablamos de riesgo en inversiones, se concreta en la posibilidad de poder perder dinero. Este se puede materializar de dos maneras:
1. Riesgo de pérdida de poder adquisitivo.
2. Riesgo de pérdida permanente.
El riesgo de pérdida permanente es, seguramente, el más doloroso para los inversores.
Tenemos, por tanto, dos enfoques diferentes de lo que es el riesgo y cómo gestionarlo. Para los que se decantan por la eficiencia de los mercados y la Teoría de Carteras, la volatilidad es una buena aproximación del riesgo. Las valoraciones no importan porque el mercado siempre está en equilibrio, por lo que la gestión del riesgo descansaría sobre la descorrelación de los activos de la cartera. Esta visión permite cuantificar el riesgo (¡hasta con decimales!) y propone toda una batería de conceptos estadísticos para su gestión (VaR, correlación, optimización, etc.)
Por otro lado, tenemos a los que entienden el riesgo como la posibilidad de perder dinero. Esta alternativa no permite la cuantificación con decimales del riesgo. La posibilidad de perder dinero será función del nivel de sobre o infravaloración del activo que tengamos en cartera. En los puntos anteriores detallamos algunas reflexiones que ayudan a reducir el riesgo de pérdida permanente. Son reflexiones, apuntes, ideas… no fórmulas estadísticas. La Inversión Adaptativa entiende riesgo como la posibilidad de perder dinero. La volatilidad es una característica estadística del activo.
El control de riesgo tiene un papel protagonista en el éxito de una cartera de inversión a largo plazo. Pero no debemos confundir este control del riesgo con aversión al riesgo. Es necesario estar seguro de que comprende los riesgos de sus inversiones y la exposición. Que se gestionan adecuadamente y comunican de forma transparente. Esto no es aversión al riesgo, es una gestión inteligente del riesgo. Ese que asumes cuando la rentabilidad esperada es realmente atractiva porque la probabilidad de pérdida permanente está dentro de parámetros razonables.